Tarragona y playa para mí eran sinónimos. Poco más sabía de esta ciudad, capital de la provincia del mismo nombre y a poco más de una hora de distancia, en bus o tren, de Barcelona.
Así que cuando me enteré de que el Travel Bloggers Meeting (encuentro de blogueros de viaje de Europa y América Latina) iba a tener lugar en la antigua Tarraco, con más de 2.200 años de historia, no me lo pensé dos veces.

Recorrer las calles del casco histórico de Tarragona es una de las tantas cosas que puedes hacer en esta ciudad
No sólo era una oportunidad para aprender mucho más sobre un hobby que en este momento ocupa mi tiempo como profesional, sino que iba a ser una ocasión ideal para descubrir un nuevo rincón de la geografía catalana, que conozco menos de lo que desearía, y que en el año 2000 fue declarado Patrimonio de la Humanidad.
Lo que no imaginaba era que mi primera visita a Tarragona me iba a deparar tan agradable sorpresa.
Mi primera impresión de Tarragona
Como llegué a Tarragona un día antes de que se iniciara el TBMCatSur, decidí salir a explorar y dirigí mis primeros pasos hacia la Rambla Nova.
El agradable paseo me llevó hasta el Balcón del Mediterráneo, donde tal como mandaba la tradición, froté la barandilla de hierro forjado diseñada por J. M. Guinart, para que me diera buena suerte (donde fueres, haz lo que vieres, que nunca se sabe)
También pude recorrer algunas de las estrechas calles de su casco histórico, así que tras ese acercamiento inicial puedo decir que mi primera impresión de Tarragona fue muy positiva.
Lo que más me gustó es que parecía un lugar tranquilo, donde el tráfico no incordiaba demasiado y la gente no iba a toda prisa por las calles, como si fueran a apagar un fuego. No obstante, lo mejor estaba por venir.
Tarragona y los romanos: Panem y circenses
Como abre-boca a un fin de semana intenso e interesante, la primera actividad vinculada al TBMCatSur fue una visita guiada para introducirnos en la vida cotidiana de los romanos, cortesía de la Oficina de Turismo de Tarragona.
La primera grata sorpresa fue saber que íbamos a tener la oportunidad de conocer el Circo romano mejor conservado del antiguo imperio.
Estábamos a las puertas del Ayuntamiento, en la plaza de la Font, y lo que parecía ser un espacio rodeado de edificios normales y corrientes, con sus años eso sí, era en realidad la “tapadera” del lugar que ocupaban las gradas del circo, con capacidad para 30 mil personas.
Porque a diferencia de otros lugares, aquí no se destruyó sino que se construyó encima. Por lo que si uno se acerca a los comercios que rodean la plaza, podrá ver parte de los arcos de entrada al recinto, e incluso la parte inferior del graderío.
Con nuestro guía nos dispusimos a dar una vuelta completa a la arena del circo, aunque los aurigas de verdad tenían que dar siete.
Mientras hacíamos el recorrido, nos fue contando datos muy curiosos sobre las tradiciones romanas vinculadas a las carreras de bigas y cuadrigas (carros tirados por dos o cuatro caballos) y sobre el ambiente que se vivía en la que fuera capital de Imperio Romano, ya que los torneos atraían a miles de personas, incluso de los rincones más remotos del imperio.
Recorrer las gradas del público, el Pulvinar, la cabecera del Circo, las tabernae, la Porta Triumphalis o la bóveda subterránea de 93 metros de longitud; ver la maqueta de la Tarraco romana, visitar el Foro de la Provincia y el Anfiteatro romano; subir a la torre del Pretorio y disfrutar de unas vistas privilegiadas de la ciudad, mientras nuestro guía nos iba describiendo con lujo de detalles todo lo que allí ocurría hace 2 mil años fue una experiencia muy enriquecedora y un ejercicio de imaginación estupendo, porque mi mente no paraba de crear imágenes para recrear la vida en el Imperio Romano.
Y tras el circo, el pan
Después de un par de horas de ruta, reviviendo uno de los espectáculos de masa más populares del mundo romano, había que reponer fuerzas y para ello, nada mejor que una tapa y un vaso de vino a la vieja usanza romana.
Queso fresco, menta, pimienta, vino rancio y piñones eran algunos de los ingredientes utilizados para elaborar una tapa cuyo nombre no suena precisamente apetitoso – hipotrimma – pero sí que estaba deliciosa. Tanto o más que el vino de rosas. ¡Sí, de rosas!
Al parecer, en aquellos tiempos esta bebida no era precisamente de muy buena calidad, así que para disimular su sabor, los pobres le ponían sal y pimienta, mientras que los ricos le añadían pétalos de rosas aromáticas.
Esto le da un toque dulzón que hace que el caldo baje muy fácilmente, así que hay que tener cuidado sobre todo si a continuación te espera un recorrido guiado por la Catedral de Tarragona; pero esta visita queda para otra entrada.
Tips para turistas curiosos
Vale la pena dedicar al menos un día, o un fin de semana, a conocer Tarragona. Está relativamente cerca de Barcelona y se puede llegar fácilmente en tren o en bus. También existe la posibilidad de volar hasta Reus y desde allí trasladarte a la antigua Tarraco.
Si te animas a quedarte en la ciudad y te interesa estar cerca de la estación de tren de Renfe, el Palacio de Congresos y la Rambla Nova, puedes echar un vistazo al Hotel Catalunya Express, que fue en el que yo me alojé.
Además de conocer la historia romana de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, a la que el emperador Augusto otorgó el título de Colonia Iulia Urbs Trimphalis Tarraco, la oficina de turismo ofrece información sobre otras rutas que te permitirán apreciar la Tarragona medieval, la modernista o la de los primeros cristianos.
También está el entrañable barrio de pescadores de El Serrallo, al que se llega tras una agradable caminata, de unos 15 – 20 minutos, desde la estación de Renfe.
Es un lugar idóneo para tomar algo o para disfrutar de un buen pescado fresco en algunas de sus terrazas.
Tarragona ofrece una variada agenda de actividades que se renueva constantemente, con opciones para todo tipo de público. Para conocer todos los detalles de la programación sólo tienes que visitar la web de Turismo de Tarragona.
Si prefieres algo con más adrenalina, entonces probablemente te interese adentrarte en las profundidades de una de las mayores cuevas urbanas de Europa, descubierta en 1996 y cuya entrada principal está en un garaje. Sólo se puede acceder con guías de la Sociedad de Investigaciones Espeleológicas de Tarragona (SIET)
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